Santiago acaba de llegar a Tacna con Colmena y no pierde mucho tiempo en colocar su letrerito amarillo fosforescente todo Vía Expresa-Chorrillos que se adhiere con un solo soplo de aliento al parabrisas de su Kia Rio que luego de 48 cómodas cuotas al fin será totalmente suyo. No pasa mucho tiempo tampoco para que el primer pasajero suba. Chocherita, apegate bien paran irnos al toque pe´.
Ya tiene bien aprendido su dialogo. Corto y conciso. Sin entrar en conversaciones absurdas con el tipo que está en el asiento del copiloto y que reniega porque la situación esta jodida o evitar favores como con el joven que tiene pinta de eterno postulante a la San Marcos, que esta apretado en el medio del asiento posterior y le pide prestado El Trome del día. Nada irrita más a Santiago que le pidan prestado el periódico antes que lo lea él. Eso, y que la gordita que esta pegada a la ventana le pida que por favor baje el volumen de la radio porque está muy alto. Felizmente el otro pata está privado y no fastidia, se consuela.
Es un día habitual. Sin sobresaltos, como todas las mañana. Saca más haciendo colectivo que taxeando. Y ya es mediodía. Falta una hora para el refrigerio de la flaca, se dice. Hace una parada cerca a campo de marte. Lugar de descanso obligado para todo taxista de la ciudad y baja a verificar la presión de aire en las llantas, el líquido de frenos, limpia el auto y cuando se dispone a hojear la malcriada de la última página de El Trome, reniega en voz alta Nerd de mierda, se llevo el periódico.
Luego de conversar con otros taxistas y lavarse con un poco de agua Cielo, Santiago se arregla un poco el cabello, se mete la camisa dentro del pantalón. Esconde sus mangas tatuadas para que no le queme el sol y va en búsqueda de Maritza. La chica que atiende en el grifo de gnv en la primera cuadra de Colonial. Ella se alegra al ver a Santiago siempre apuesto. El la besa en los labios y ella le dice que le espere un ratito, cinco minutitos para que vayan juntos a almorzar donde los agachaditos.
Sentados en una banca con cierta incomodidad y comiendo el menú del día, no dejan de profesarse el amor que los une y los mantiene. Reparan en ciertos gastos que afrontarán, los planes que tienen para irse a vivir juntos, una futura boda y el viaje que él siempre le promete a una bonita provincia del interior del país. Ni bien terminan de almorzar, Maritza nota que ya se le hizo tarde y se despide con cariño de Santiago que ahora parece ya no ser el taxista apurado que mete carro y que no pide disculpas ni por favor. Es Santiago sin dudas un hombre de bien, un hombre enamorado.
Mira su reloj y vuelve a renegar carajo se hizo tarde. Y emprende una veloz marcha hacía uno de los conos de la ciudad. No importa sí se ha pasado unos cuantos rojos y tampoco le interesa sí un policía de tránsito o un espeso del sat le tocaron el silbato. Santiago tiene prisa por llegar. Cuando esta cerca a su casa; respira hondo, limpia el labial que Maritza ha dejado cerca a su cuello y finge la mejor voz para recoger a Lucia, su esposa que lo espera con el pequeño Santi. Disculpa nera, se me hizo tarde. Ya sabes, el tráfico, se excusa. Lucia sube al auto y le pide a su esposo que la lleve donde su Mamá. Estoy pensando en quedarme una semanita por allá. Mucho calor hace acá.
Santiago tiene que hacer un gran esfuerzo por disimular cierta alegría y no pensar en voz alta ¡Uy, la casa sola al fin es mía! mientras conduce su Kia blanco que en el parabrisas posterior curiosamente luce un inmenso sticker que avisa: Soy fiel, no insista.
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