viernes, 29 de mayo de 2015

Fuerzas Enemigas

La desgracia empezó con el auto. Un par de pinchazos a la llanta. Nada imposible de reparar. Algo de esfuerzo para cambiarla y unos parches que la reparen. Un pequeño percance. Le podría pasar a cualquiera. Pero luego le siguió unos extraños sonidos en el motor, excesiva emisión de humo por el tubo de escape, falla en los frenos y así hasta que, repentinamente, la batería cumplió su ciclo de vida y quedo inutilizada. No funcionaba nada del auto y arreglarlo tomaría tiempo y dinero. 

Luego continuó el refrigerador, con unos olores rancios de inexplicable origen y unas gotas procedentes de la parte superior me indicaron que el sistema no frost empezaba a fallar. Llamé a la tienda que amablemente me vendió el inmenso aparato que pagué en 48 cuotas, pero nunca me respondieron amigablemente. Y lo que más temía, finalmente, pasó: la nevera dejo de funcionar. A pesar de golpes, suplicios y oraciones, no volvió a encender más. 

Cuando creí que nada más se estropearía, fue el turno de la lavadora. Hacía unos movimientos diabólicos. Como si estuviera poseída. Dejó de entregarme la ropa limpia y con fresco aroma, como sus primeros días; y en cambio ya sólo me devolvía prendas enredadas y percudidas. No me desanimé y encontré la solución lavando a mano, a pesar de frío invernal en la ciudad. 

Había que ver el lado positivo de las cosas, ¿verdad? El vaso medio lleno, ¿no? Sacar una conclusión de todo ello y aprender una valiosa lección para los días. Sonreír a pesar de la mala racha y creer que todo es parte de un plan divino para un bien mayor. Que tarde o temprano, todo pasa y que de eso se trata la vida: superar los obstáculos. ¡Ajá! Era eso. Nadie ha sido feliz sin antes sufrir un poco.  

Todo marchaba en orden y no perdí el optimismo. Parecía haber llegado la calma celestial. Parecía, hasta que noté que toda la casa empezaba a mostrar misteriosas grietas. Las paredes de la sala, la cocina, el baño y los dormitorios se descascaraban sin ninguna causa aparente. Pintar ya no era suficiente. La corrosión era mortal para mis muros. Cubrí con algunas sábanas las múltiples imperfecciones y seguí remando contra la corriente. 

Y entonces me tocó a mí. Inició con una gripe mal curada. Luego, unas ronchas en todo el cuerpo que me mantuvieron unos días en cama y me dejaron terribles dolores de espalda. Cuando traté de reponerme, las piernas ya no me respondían. La desesperación me causó algunos espasmos muy cercanos a paros cardíacos. Perdí la expresión en mi rostro con mi último intento por sonreír. Derrotado y sin esperanza, tomé unas servilletas y un lapicero de mi mesita de noche con el único brazo que aún mantenía cierta movilidad y comencé a escribir aún desvariado...

... La desgracia empezó con el auto...
   

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