viernes, 26 de abril de 2013

Aprieta los dientes

Venir a este consultorio dental fue culpa de Anahí. De ella y de nadie más. Lo que me pasará también. Y es culpable, porque yo seguiría feliz de la vida con mi dentadura relativamente inmaculada. Nunca me han sacado una muela, creo no tener caries porque no soy fanático de las golosinas y por lo general siempre ando como un tonto riendo. Hasta que, claro, llego ella y me arruino la fiesta. Que primero era mi cabello largo, que luego mi forma de vestir, la música que escucho y finalmente mi sonrisa, que al inicio le encantó pero que ahora critica porque la encuentra deforme. Y sin ser ella una dentista calificada, o siquiera aficionada, afirma que el problema son mis molares que no encajan.
 
Siempre le he temido a tres cosas: A las cucarachas voladoras, a los perros y al aparatito que taladra los dientes y que emite un sonido insoportable. Pero una vez más, y a pesar del temor, me arme de valor y decidí complacer un capricho más. Visite varias clínicas y estudios dentales que ofrecían la primera consulta gratis pero cobraban tan cara la segunda que es como si te cobrarán todas las visitas de una vez. Por suerte y por economía, seguí buscando y encontré un lugar muy económico en una vieja casona del centro de la ciudad. El hall se veía muy acogedor. Además, en una mesita, habían libros de Poe, Unterweger y uno de Bolaño; los que finalmente incrementaron mi confianza y mi decisión por atenderme con el Dr. Segura. Eso y el bajo presupuesto, claro.
 
No bien escuche mi nombre ingrese a su sala de atención y siguiendo sus instrucciones me acomode en la camilla. Encendió una luz halógena que me dejo ciego por un momento y luego de una primera revisión me felicito por mi salud bucal. Me recomendó que para mejorar lo retorcido de mis dientes nada mejor que brackets, tan incómodos como necesarios. Me pidió recostarme y que me relajará. Tomaría unas muestras en rayos x pero que antes me aplicaría anestesia local. Por supuesto, no entendía ningún termino dental, pero eso es lo que mi mente más o menos traducía. Cuando sentí los primeros pinchazos del adormecimiento recién caí en cuenta a donde me había metido.
 
Nunca fui un gran observador pero esta vez la curiosidad me obligaba a notar que toda la habitación lucía decorada con dientes, extremadamente, blancos. Casi fluorescentes. Así puede notar desde mi lado de la cama unos cuadros, un reloj de pared, unas vasos, una repiza y una banca; todo forrado de dientes. Incisivos, molares y premolares, todos colocados en una macabra armonía. Era espantoso. Pero era peor no poder gritar, y no tener la voluntad de pararme y salir corriendo de aquel lugar. Sabía lo que me esperaba y estaba entumecido. Dormido con los ojos abiertos. A merced de un sádico que colgaba de su cuello un collar de grandes caninos y que a la vez, muy amablemente ,elogiaba mi pulcra dentadura. Te odio Anahí, sospecho que me va a pasar y no hay nada bueno en esto excepto, solo, comprobar si realmente existe el más allá.
 
Para cuando el Dr. Segura se acerco hacía mí, con su maldito taladro que no dejaba de sonar y revolucionar a mil note unas tenazas, un par alicates y una enorme cizalla en su mesa de asistencia; Y entonces me rendí y entendí que la luz que cegaba mis ojos sería la última que vería con vida.

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