viernes, 3 de agosto de 2012

Identidad

- Disculpe ¿Creo que este es mi automóvil?

Roberto acaba de formular esa pregunta pero sólo ha obtenido una mirada que combina miedo y desprecio por parte del dueño del ford mustang plateado que aparca, como todos los días, su moderno auto frente al edificio donde trabaja ordenando números en papeles. Miedo porque podía tratarse de un avezado ladrón y desprecio por las fachas que lleva y el olor nauseabundo que emite.  

- Ok. Disculpe, pensé que era mi automovil.  

Ni bien ofrece las disculpas del caso por tan bochornoso incidente y alarmante confusión, siente la cara roja de vergüenza y presiente un ligera sensación de preocupación. Porque Roberto no esta seguro si tiene automovil y tampoco esta seguro de que diablos hace, esta vez, deambulando en el centro financiero de la ciudad.

Roberto tiene 52 años, la apariencia de un tipo de 30 y la memoria de un hombre de 100. Trata de recordar que hacía antes de llegar o como llego aquí pero no puede. Simplemente no recuerda. Como tampoco recuerda su dirección, un teléfono o una persona y eso lo tiene perturbado. Hace un esfuerzo y sólo encuentra en lo que le queda de memoria autos deportivos, guitarras eléctricas, paredes blancas de hospital, un doctor que escribe una receta en un idioma extraño y la sonrisa de una enfermera después de decirle: "Oiga, no se olvide de su próxima cita".

Trata de armar un rompecabezas con cada pieza de esos pequeños recuerdos y puede concluir, convenidamente, que ha estado en un hospital. Pero, tal vez no. ¿Y si es él un famoso médico envuelto en casos de negligencia? ¿Y si es un piloto de formula uno retirado luego de un terrible accidente? ¿Y si es una ex-estrella de rock olvidada? o ¿Si es un asesino en serie que luego de un minucioso plan de fuga pudo recuperar su libertad? Realmente, nunca lo sabrá. Y eso lo desespera, lo abruma. Lo obliga a llorar. Pero a este mundo eso le da igual. Nunca nadie se detiene a consolar a un extraño con o sin memoria.

Llora y abraza su maletín. Tampoco lo recordaba. ¡El maletín! Lo revisa y encuentra más cosas que en su memoria: documentos personales, recetas médicas, pepas multicolores, tarjetas de bancos, una bufanda a cuadros, una calculadora científica que ya no funciona, algunas llaves y un rosario. Encuentra todo eso, menos su identidad.

Porque la memoria y la identidad es lo que ha perdido hace mucho ya Roberto, pero no lo sabe. Así como tampoco sabe que tiene 52 años, la apariencia de un tipo de 30 y la memoria de un hombre de 100. Porque ya no recuerda que él también fue uno de esos oficinistas que ordenaban y calculaban números, que manejaba un auto deportivo mientras los fines de semana tocaba en un grupito de rock y leía con devoción novelas de asesinos seriales.

Roberto ya no recuerda que empezó a enloquecer antes de los cincuenta, que cedió al amor y al tiempo. Que perdió a su prometida hace mucho por memorizar códigos antes de poemas. No sabe que hace mucho que dejo de ir a casa y también al médico. Pero, lo peor, es que no esta enterado que nadie lo esta buscando. Puede ser quien se le de la gana de ser, pero eso tampoco lo sabrá. Por ello anda perdido en el centro finaciero de esta enorme ciudad.

Unas horas más tarde, cuando recupera la calma, trata de limpiar sus ojos que están tan rojos por el llanto, camina unos metros y encuentra un toyota trueno amarillo que esta a punto de ser abordado por un hombre en traje y corbata a quien con toda seguridad se acerca y sin duda preguntará:

- Disculpe ¿Creo que este es mi automóvil?



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