viernes, 16 de noviembre de 2012

C.A.T.

Siempre he mantenido la sospecha desde que los veo, y desde que se me acercan, que he sido gato en una vida anterior que, de vez en cuando, recuerdo. No un perro compañero fiel, ni el búho lento y sabio que a veces creía haber sido. No. He sido un gato gordo y legañoso. Mimado y juguetón. Por eso es que en esta vida me encantan siempre. Detesto los perros que me ladran y más detesto su fidelidad a costa de gritos y golpes. Los búhos, lechuzas y otras aves voladoras también me causan miedo más no envidia porque yo también suelo volar cuando escribo y saco los pies del suelo.

Y por haber sido gato, también tengo la teoría de que en esta ocasión, un Dios travieso y generoso me ha permitido conservar las siete vidas con que suele premiar a los felinos por ser tan bellos y necesarios, sobretodo, para los momentos de pena y soledad. Fuí asignado a disfrutar de siete vidas como los gatos, pero en mis largas travesías por estos lares, ya he perdido tres. Que por lo general recuerdo en alguna vieja agenda para estar preparado. No vaya a ser que un día necesite llevar la cuenta, porsiacaso.

Perdí una cuando todavía era un niño que mientras intentaba entender la vida tuvieron que explicarme, de un momento a otro, la muerte. Cuando se muere tú Mamá, no sólo se muere ella. También te mueres tú, un poquito, aunque no quieras. No es fácil aprender a vivir con la mitad del corazón. Lo cuidas de los peores sentimientos. Te tardas en compartirlo porque se convertirá en tu mayor tesoro. No es fácil. Pero se aprende.

Otra vida que perdí sucedió cuando desafié al mar que baña las costas de Chancay luego de una fatal borrachera nocturna, y frente frente, solo los dos; desvarié y lo rete a punta de débiles brazadas a que yo podría llegar hasta el puerto de Ancón nadando. No hubo quien me escuche para poder detenerme y tampoco hubo quién me salve cuando apenas 30 metros adentro empecé a sentir los estragos de la resaca, el calambre en mis piernas y el frío de la muerte traicionara. Un bote que regresaba sin suerte del mar adentro pudo divisarme a tiempo y al menos pudo jactarse de no llegar con las redes vacías a la orilla. Traía a un borracho que había aprendido la lección: Nunca más volver a desafiar al mar.

Para la última vida que perdí no necesite de una circunstancia externa. Aquella vez, yo sólo me encargue. Y aunque el motivo aún me averguenza, también sé que es la razón por la que todavía sigo vivo: El amor. Pero, claro, cuando eres adolescente, aún no lo sabes. Y aunque siendo adulto sigue costando trabajo descifrarlo, con los años se va a entendiendo que es mejor sentirlo que ignorarlo. Me suicide pensando que no tenía puerta de salida cuando no entendía aún que la vida, a veces, también te deja algunas ventanas abiertas.

He perdido tres vidas de las siete que me fueron concedidas por caer siempre de pie, por acercarme lo suficiente pero no lo necesario, por decir y por callar. Y aunque sinceramente muero de miedo que luego de mi última biopsia un médico en quién me cuesta confiar me diga que podría perder una más; conservo y me queda el consuelo de escribir, porque quiero que la literatura, todavía me reserve esa vida inmortal que conserva para los gatos como yo.

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