viernes, 16 de mayo de 2014

Romance eterno

Bajo un cielo sin luna ni estrellas, aceleró el paso para dirigirse a casa deprisa. Al llegar, subió las escaleras velozmente. Sacó la llave del departamento y como todas las noches, ya sabía qué hacer. Abrazó a su amada que, inmóvil y tendida sobre la cama, recibía el más puro amor. Se mezcló entre sus rancios olores y besó muchas veces ese cuerpo que siempre deseó, nunca fue suyo, pero que en un nuevo estado, ahora le pertenecía eternamente. 

Cuando terminó, fue el hombre más feliz del mundo. Y entonces pensó que el romance perpetuo si era posible. Por encima, incluso, de distintas opiniones y reglas impuestas por la sociedad. Con la pasión que sentía podía derrumbar todo prejuicio y amar con plena libertad. Suspiró y se acostó al lado de ella, mirando cada detalle de su rostro inerte y velando por sus sueños hasta el amanecer.


Al despertar, se vistió rápidamente con su bata blanca. Cambió algunas sábanas, roció el cadáver con formol y se marchó -como cada mañana- a la morgue a trabajar. 

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