viernes, 28 de febrero de 2014

La misteriosa historia del loco carnaval

¿Alguien le preguntó su nombre? ¿Recuerdas de donde venía? ¿Sabías a que lugar iba? ¿No era extraño que solamente apareciera en febrero?

Sí, porque el loco carnaval sólo nos visitaba en febrero. Cada domingo de ese mes lo podíamos ver desde temprano en el barrio, esperando que tú sacarás el agua, que yo ponga los globos, que ella preste los baldes, que él traiga la pintura y que los hermanos de la esquina nos abran la puerta para joder desde el balcón de arriba. ¿Pero no te parecía demasiado sospecho que el loco carnaval nunca trajera nada?

Sólo llegaba con su sonrisa inmensa y sus ganas desenfrenadas de mojar. De jugar. Era como un niño grande con alta dosis de adrenalina. O como un grande con ganas de ser niño por tanta cocaína. No le podías hallar una pizca de maldad en su mirada, y a pesar de se mayor, uno no terminaba de entender como se involucraba tanta con la causa carnavalesca y el desperdicio de agua. Pero a esa edad no la sabes, y el loco carnaval tampoco lo sabía.

Y muchas cosas no sabía el loco carnaval. Por eso nadie le preguntaba nada. En lo niños la interacción fluye naturalmente. No necesitas saber donde vives o que usas, sólo tienes que estar dispuesto a aceptar con un enorme ¡Sí!, si es que te invitan a jugar carnaval. Y aunque al loco nadie lo invito, lo aceptábamos igual. Con su cara de borrego degollado, el cabello crespo y los ojos desorbitados.

Tenía buena puntería el loco. Donde ponía el ojo, ahí ponía el globo. En la mitra de algún chibolo espeso o en el culazo de esa flaca que nunca te deja de gustar. Lo mandabas a pintar por encargo, a la chica sobradita, y él iba. Sin preguntas, como los sicarios y sin éxito, como los políticos. Hasta tarde se quedaba el loco, y el último domingo de febrero que también era el último día de carnaval, el loco, sin despedirse, simplemente desaparecía.   

¿Alguien recuerda la última vez lo vio? Yo tampoco. Claro, y vas a decir que lo viste por aquí o por allá. Por el 12, por Belaúnde o La Pascana. Pero acaso cuando fuiste creciendo, y perdiendo la inocencia, nunca escuchaste esas conversaciones de las tías chismosas, los rumores de los vecinos entrometidos, los consejos de los hermanos mayores, el sermón de tus viejos preocupados, preguntándote alguna vez: ¿por qué cada domingo de febrero llevabas siete litros de agua en siete baldes iguales para siete bolsas de globos si toda la vida fueron seis? 

Puede que nunca lo entiendan y puede ser que nadie más lo veía; pero en el fondo, sólo tú, yo, ella, él y ellos; sabemos que con el loco carnaval siempre fuimos más de seis. 

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